Son las 23:53 de la mañana cuando decido empezar, ya en serio, a ponerme a escribir. Llevo casi dos años sin fuerzas para retomar el blog. Siempre se me pasaba por la cabeza "La semana que viene lo empiezo. No, mejor mañana. Pero primero tengo que hacerle un bonito diseño, no vaya ser que lo que escriba sea más interesante que la foto de la cabecera o las fuentes del título. Y así me quedé: sin ganas y con esa fuerza perezosa que todos tenemos, (el truco siempre está en no pensar y actuar) y que si no tienes las cosas claras, se apodera de ti y adiós a tus proyectos y planes a corto y largo plazo.
Así pues, decidí no pensar. Escribir lo que me va diciendo la mente, como si estuviera en una clase y la profesora me hiciera una pregunta en voz alta de la cual no tengo ni idea, y mi compañero de pupitre me la chiva en un tono más que audible para mí. Sólo para mí. El resto mute. Ahora por ejemplo sólo escucho el tap-tap-tap... al pulsar las teclas. Y al fin, siento que vuelvo a estar conectada con todo esto, o mejor dicho: escribiendo.
Llevo unas semanas de divagueo por toda la casa que no es normal. O quizá si lo sea para los jóvenes de este país y de muchos otros más, pero para mí no lo es. Me conozco lo suficiente para saber que me gusta hacer cosas. No puedo estar quieta. Y no tiene nada que ver con que si me gusta el deporte o no. Más que físicamente, me refiero a estar con la mente ocupada. Odio, detesto estar tumbada boca a bajo en la cama viendo vídeos de gente con un estilo vintage o con un aesthetic considerable (sí, me va ese rollo de vídeos), y que cuando se me acaben vaya a parte del vertedero de You Tube y empiece a ver vídeos que por muy graciosos que sean, al final de verlos (o a la mitad) acabe sintiendo cierta culpabilidad por muy exagerado que parezca. La verdad es que vivimos en una sociedad que sigue las modas más que nunca. Me considero muy joven, así que no puedo hablaros mucho del pasado porque básicamente no recuerdo mucho de mi infancia y tampoco entiendo por qué. Sólo me acuerdo de algunas cosas insignificantes y hasta cierto punto absurdas como por ejemplo que cuando estaba en infantil (Perú) habían niñas y niños que en la media mañana llevaban arroz con pollo, lentejas o lo que fuera siempre acompañado de una cantidad descomunal de arroz para un niño de esa edad. En fin, tan absurdo igual no es pero ¿Y los recuerdos que de verdad importan? Eso a fin de cuentas es una tontería en comparación a qué hacía cuando estaba con mi abuela en casa, a qué me dedicaba en mis ratos libres, ¿alguna anécdota graciosa?.
Pero en fin, que ya no sé ni por dónde iba. Ah, sí. Las modas. El despacito, la gran cantidad de dj's que acaban de salir (yo antes sólo conocía a David Guetta y estaba más que sobrada), las selfies en instagram, el salseo youtuberil, el clickbait, el contouring, el fidget spinner, pokemon go (que sí, que ya sé que nadie juega pero no puedes negar que fue una moda y de las más fuertes de la década), el reggaeton...y así podría seguir pero me está empezando a dar dolor de cabeza. Así continuemos con el punto central de este batiburrillo. Como iba diciendo, y espero que sea la última vez que tenga que conectar los cables sueltos de mi texto, estoy en un lapsus veraniego. Algunos veranean en Fuerteventura o Marbella, yo estoy en mi habitación con casi 40 grados (que no os engañe que viva en el norte de España porque ese estereotipo de que hace frío y qué suerte tenemos en verano que no pasamos tanto calor es falso. Al menos donde yo vivo. Cuando tenga dinero y un trabajo estable, y quizá una mente también; me vaya a vivir a un sitio frío, pero no demasiado. Un sitio que haga de máxima 20 grados en verano (o menos a ser posible).
El verano lo odio. Así, en todo el sentido de la palabra. Me mareo, me duele la cabeza a más no poder y me canso. Sudo como un pollo, no sé dónde estoy y me bloqueo. Lo único que hago es no hacer nada, porque mi cuerpo no sabe qué hacer. Está quieto y se niega a seguir cumpliendo sus funciones vitales y sociales durante esos tres meses.
Pero estoy tranquila. Al menos ahora. Veréis, me voy a un campo de trabajo 15 días y estaré haciendo cosas. No me importa tanto el qué, sólo sé que no voy a estar como un trozo de madera tirada sobre la cama. Yuju.
También hice cosas estas últimas semanas. Fui al cine a ver Dunkirk, vi a mi ídolo, la película estuvo de diez para mi gusto y fui un día con la bici a dar un largo paseo. Por la mañana también suelo hacer cosas, aunque suelo despertarme tarde, toco el piano un poco aunque a la justa soy una novata, toco la guitarra mucho más segura porque llevo ya unos añitos y paso el rato con mis hermanas jugando a cartas o hablando de tonterías que nos hacen gracia. No es mucho, pero tampoco puedo quejarme. Bueno, en realidad podría hacer más cosas, y me da rabia ser tan "simple" cuando sé que no lo soy.
Aquí es cuando hago un parón para dormir porque son las 0:55 y, uno: me duele la espalda de estar encorvada tecleando sin parar, dos: tengo que irme a dormir y dejar ya de escribir. Aquí se acaba por hoy. VENGA, A DORMIR. MAÑANA MÁS. 1:02 y aún sigo aquí porque he releído todo otra vez y he estado corrigiendo algunos errores. Ahora sí. 1:03
Así pues, decidí no pensar. Escribir lo que me va diciendo la mente, como si estuviera en una clase y la profesora me hiciera una pregunta en voz alta de la cual no tengo ni idea, y mi compañero de pupitre me la chiva en un tono más que audible para mí. Sólo para mí. El resto mute. Ahora por ejemplo sólo escucho el tap-tap-tap... al pulsar las teclas. Y al fin, siento que vuelvo a estar conectada con todo esto, o mejor dicho: escribiendo.
Llevo unas semanas de divagueo por toda la casa que no es normal. O quizá si lo sea para los jóvenes de este país y de muchos otros más, pero para mí no lo es. Me conozco lo suficiente para saber que me gusta hacer cosas. No puedo estar quieta. Y no tiene nada que ver con que si me gusta el deporte o no. Más que físicamente, me refiero a estar con la mente ocupada. Odio, detesto estar tumbada boca a bajo en la cama viendo vídeos de gente con un estilo vintage o con un aesthetic considerable (sí, me va ese rollo de vídeos), y que cuando se me acaben vaya a parte del vertedero de You Tube y empiece a ver vídeos que por muy graciosos que sean, al final de verlos (o a la mitad) acabe sintiendo cierta culpabilidad por muy exagerado que parezca. La verdad es que vivimos en una sociedad que sigue las modas más que nunca. Me considero muy joven, así que no puedo hablaros mucho del pasado porque básicamente no recuerdo mucho de mi infancia y tampoco entiendo por qué. Sólo me acuerdo de algunas cosas insignificantes y hasta cierto punto absurdas como por ejemplo que cuando estaba en infantil (Perú) habían niñas y niños que en la media mañana llevaban arroz con pollo, lentejas o lo que fuera siempre acompañado de una cantidad descomunal de arroz para un niño de esa edad. En fin, tan absurdo igual no es pero ¿Y los recuerdos que de verdad importan? Eso a fin de cuentas es una tontería en comparación a qué hacía cuando estaba con mi abuela en casa, a qué me dedicaba en mis ratos libres, ¿alguna anécdota graciosa?.
Pero en fin, que ya no sé ni por dónde iba. Ah, sí. Las modas. El despacito, la gran cantidad de dj's que acaban de salir (yo antes sólo conocía a David Guetta y estaba más que sobrada), las selfies en instagram, el salseo youtuberil, el clickbait, el contouring, el fidget spinner, pokemon go (que sí, que ya sé que nadie juega pero no puedes negar que fue una moda y de las más fuertes de la década), el reggaeton...y así podría seguir pero me está empezando a dar dolor de cabeza. Así continuemos con el punto central de este batiburrillo. Como iba diciendo, y espero que sea la última vez que tenga que conectar los cables sueltos de mi texto, estoy en un lapsus veraniego. Algunos veranean en Fuerteventura o Marbella, yo estoy en mi habitación con casi 40 grados (que no os engañe que viva en el norte de España porque ese estereotipo de que hace frío y qué suerte tenemos en verano que no pasamos tanto calor es falso. Al menos donde yo vivo. Cuando tenga dinero y un trabajo estable, y quizá una mente también; me vaya a vivir a un sitio frío, pero no demasiado. Un sitio que haga de máxima 20 grados en verano (o menos a ser posible).
El verano lo odio. Así, en todo el sentido de la palabra. Me mareo, me duele la cabeza a más no poder y me canso. Sudo como un pollo, no sé dónde estoy y me bloqueo. Lo único que hago es no hacer nada, porque mi cuerpo no sabe qué hacer. Está quieto y se niega a seguir cumpliendo sus funciones vitales y sociales durante esos tres meses.
Pero estoy tranquila. Al menos ahora. Veréis, me voy a un campo de trabajo 15 días y estaré haciendo cosas. No me importa tanto el qué, sólo sé que no voy a estar como un trozo de madera tirada sobre la cama. Yuju.
También hice cosas estas últimas semanas. Fui al cine a ver Dunkirk, vi a mi ídolo, la película estuvo de diez para mi gusto y fui un día con la bici a dar un largo paseo. Por la mañana también suelo hacer cosas, aunque suelo despertarme tarde, toco el piano un poco aunque a la justa soy una novata, toco la guitarra mucho más segura porque llevo ya unos añitos y paso el rato con mis hermanas jugando a cartas o hablando de tonterías que nos hacen gracia. No es mucho, pero tampoco puedo quejarme. Bueno, en realidad podría hacer más cosas, y me da rabia ser tan "simple" cuando sé que no lo soy.
Aquí es cuando hago un parón para dormir porque son las 0:55 y, uno: me duele la espalda de estar encorvada tecleando sin parar, dos: tengo que irme a dormir y dejar ya de escribir. Aquí se acaba por hoy. VENGA, A DORMIR. MAÑANA MÁS. 1:02 y aún sigo aquí porque he releído todo otra vez y he estado corrigiendo algunos errores. Ahora sí. 1:03